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Los propios colegios y asociaciones de arquitectos reconocen actualmente que la arquitectura y el urbanismo se encuentran alejados de la sociedad y que en muchos casos construimos y planificamos edificios y territorio de espaldas a la ciudadanía. De modo que pocas personas comprenden las características arquitectónicas y urbanísticas de la ciudad en la que viven y no llegan a hacer uso pleno de su derecho a utilizar la ciudad. Así, el funcionamiento de la ciudad se nos presenta extraño y nos mostramos indiferentes con casi todo lo público. Es difícil habitar y disfrutar plenamente una ciudad que no se comprende. Cuando la ciudadanía se identifica con el entorno urbano que ocupa y lo incluye en sus esquemas afectivos, pasa a hacer un uso de él más comprometido, en el que los equipamientos y espacios públicos son entendidos como propios, favoreciendo actitudes más cívicas y respetuosas con el entorno.
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