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Les peces musicals tenen una durada determinada, però es presenten en loop, i permeten deu minuts o una hora d’atenció. El que ens demani el cos. En algunes sales, hi ha bancs per seure. En d’altres, catifes per ajeure-s’hi.
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As soon as visitors entered the space, they knew that they were not in for the usual temporary showcase or fresh look at the collection. Soundcapes is an installation. A sensory journey. An experience. Rather than a curator, there seemed to be a stage director behind the project, turning each painting into an actor and each room into a small theatre. It was up to visitors to decide how long to spend with each piece. Each composition had a specific duration, but the works were played in a loop and could be listened to for ten minutes or an hour. As the mood struck. Some rooms provided benches to sit on, others had carpets to lay on. In the last (my favourite), everybody stood up and after a while, almost inadvertently, it was practically impossible not to dance. Better than Sonar. Jamie XX did a fantastic job, starting with his selection of a seascape by little-known Belgian painter Théo Van Rysselberghe. An electronic music producer and DJ, Jamie ZZ realised that there was no point trying to recreate the music we would hypothetically listen to if we were standing on the cliff depicted in the painting. Instead, he interpreted it, made it his own, and changed our experience of it. He played with distances so that the music, like the painting, appeared harmonious from afar, but up close, the impressionist pointillism merged with the electronic beats, literally finding its way into visitors’ nervous systems. A highly rewarding aesthetic pleasure.
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Ya desde la entrada el espectador siente que no está frente a una exposición temporal al uso, en la que se reorganiza o se da una nueva mirada a la colección. Soundscapes es una instalación. Un viaje sensorial. Una experiencia. Más que una curadora, detrás del proyecto sientes a una directora de escena que convirtió cada cuadro en un actor, cada sala en un pequeño teatro. El espectador decide cuánto tiempo le dedica a cada pieza. Las piezas musicales tienen una duración determinada, pero se presentan en loop, y permiten diez minutos o una hora de atención. Lo que nos pida el cuerpo. En algunas salas, hay bancos para sentarse. En otras, alfombras para tumbarse. En la última, la mejor, todos de pie, y al rato, casi sin darnos cuenta, es casi imposible no bailar. Mejor que en el Sónar. Y es que Jamie XX lo borda. Ya desde su elección, una escena de mar de un pintor belga poco conocido, Théo Van Rysselberghe. Jamie XX, productor y dj de música electrónica entiende que no tiene sentido recrear la música que, hipotéticamente, escucharíamos si estuviéramos en ese acantilado que muestra la imagen. Jamie XX interpreta la pintura, la hace suya, y consigue que la vivamos de otra manera. Juega con las distancias. De lejos la música, como el cuadro, parece armónica. De cerca, el puntillismo del pintor impresionista se fusiona con los beats electrónicos filtrándose, literalmente, a través del sistema nervioso de los espectadores. Un goce estético muy satisfactorio.
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