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Parejo a ese falso anonimato, reflexionar sobre la constante que supone en la obra de Urrutia esa técnica velada -mediante la cual genera en el espectador un estado de confusión, de imposibilidad a la hora de descifrar la situación- se presenta como un punto ineludible. Gerhard Richter dirá que algunas fotos de aficionados son mejores que el mejor Cézanne, una afirmación que nos lleva a ese momento en que la instantánea no logra mostrarse como ininteligible para el espectador. Actividades cotidianas que extraídas de un contexto concreto no aciertan a translucir la situación. Sin embargo serán esas, las imágenes dotadas de ese lenguaje críptico, las que se nos antojen más ricas en significado que la estampa posada. Como en el caso de Richter, para quien esas veladuras suponían una manera de mostrar esa realidad difusa que estaba viviendo, el caso de El quinto en discordia y, de la obra de Alain en general, opta por representar esa realidad circundante del modo en el que ella se presenta. Una realidad carente de nitidez. Un testimonio del tiempo presente, con sus matices, sus luces y sus sombras.
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