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Nada nuevo bajo el sol. A lo largo de la historia de la humanidad solo dos vías han encontrado los poderosos para acallar a un pueblo en momentos de convulsión social, a saber; cediendo en parte a las demandas de los oprimidos, las menos, y en la mayoría de los casos imponiendo un clima de terror que frene y retenga las ansias de cambio. De este último método nos sobran ejemplos; emperadores, reyes, autócratas, pseudo-democracias de diferentes colores e ideologías, todos han utilizado en algún momento el terror como argumento para defender el status quo imperante. Cierto es que, en el imaginario colectivo, al referirnos a la imposición de la paz por medio del terror, rápidamente nos vienen a la cabeza imágenes de violencia extrema ejercidas por el gobierno contra su propio pueblo. Matanzas en el nombre de la paz, la Francia pos-revolucionaria, Casas Viejas, Tian´anmen... o más recientemente Libia y Siria. Sin embargo, el terror no tiene por que ir unido irremediablemente a la violencia. Existen medios más sibilinos de ejercerlo y, como se está demostrando en estos años de crisis, mucho más eficaces.
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