|
A César lo que es de César. No se podría concebir escenario mas rigurosamente chispeante para los rituales del derroche mundano que ese Casino-villa. La fachada principal en travertino y vidrio alude a Savoye en más de un detalle, las columnas colosales adicionan imponencia, la base de azulejos reitera los lazos coloniales. La formalidad del conjunto no es atenuada sino a medias, por la curva que termina la marquesina trapezoidal que protege el coche transportando el visitante, por la estatua desnuda bajo una punta, la transparencia que revela el vestíbulo de doble altura. Prisma integral cuando visto desde el ingreso por la marquesina de hormigón sostenida por palitos de acero, se fragmenta horizontalmente al doblar la esquina, configurando un mirador abajo del mezanino, y inesperadamente se acopla con un salón cristal y oval, odeón palafito que es asimismo reverberación del promontorio que lo acoge. Del otro lado, el cuerpo principal se articula con el prisma más bajo de los servicios. El Casino es un juego de volúmenes y los volúmenes multiplicados son también señal de exuberancia. Adentro, las columnas se visten de plata, las rampas abusan de los mármoles y las paredes se espejan en rosa para multiplicar, lisonjeramente, los rostros abrasados por la tensión del juego.
|