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Així es van anar encadenant en pocs anys el canvi climàtic, la desforestació, la desertització, la contaminació transfronterera, el forat a la capa d’ozó, la pèrdua constant de biodiversitat, l’impacte de la pobresa sobre el medi físic i, en general, els trastorns globals del medi ambient.
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Seattle ha sido una conferencia en busca de un fiasco desde hace mucho y, ya que se pone la globalización sobre la mesa, podemos fijar la fecha (arbitraria, como todas las de este tipo) de 1959, cuando se lanzó el primer Sputnik, o la más significativa de la década de los setenta y comienzos de los ochenta. Desde la atalaya privilegiada que prestaban los satélites lanzados durante esos años, muchos de ellos dotados con sensores remotos, y la tupida red de telecomunicaciones edificada a partir de ellos, la humanidad se asomó por primera vez a su propio planeta desde un balcón exterior. Y junto con las bellas imágenes de la “puesta de la Tierra” vista desde la Luna u otros paisajes cósmicos igualmente arrebatadores, la imagen detallada que recibimos de nuestra casa no fue precisamente idílica. En menos de un lustro nos encontramos con la confirmación de algunas de las peores predicciones de científicos y ecólogos y con algunas sorpresas inesperadas. Así fueron encadenándose, en unos pocos años, el cambio climático, la deforestación, la desertización, la contaminación transfronteriza, el agujero en la capa de ozono, la pérdida constante de biodiversidad, el impacto de la pobreza sobre el medio físico y, en general, los trastornos globales del medio ambiente.
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