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Hay arquitectos que construyen con palabras. Otros, por el contrario, desconfían de ellas y consideran que los mejores argumentos son, en realidad, los edificios. Tal es el caso de Peter Zumthor, un maestro parco en palabras pero lector de Handke y Berger, admirador de Beuys y amante del cine, que escribe poco pero bien, y que, desmintiendo la mercadotecnia al uso, ha sabido dosificar su presencia pública en la misma medida en que ha sido sobrio a la hora de difundir sus proyectos. La consecuencia es que el atractivo por el personaje y su obra no ha dejado de crecer desde que en 1997 saltara a la ‘fama’ con dos obras extraordinarias: unas termas en un pueblo suizo y un museo en una ciudad austriaca de provincias. Hoy son muchos los que, tras recorrer las 98 curvas a la izquierda y 103 a la derecha necesarias para llegar al valle de Vals, peregrinan con el fin de rendir culto a la háptica piscina, un culto que, como ocurre en otras religiones, resulta mayor cuanto más distante es el objeto venerado.
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