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No sólo porque Vanessa, Aina, Maite y Geni demostraron que son las reinas de la casa; ni porque Genia, Javier, Roger y Juli se convirtieran en una mezcla de toreros, tangueros y flamencos, es decir granujas, que arrancaron los suspiros de las féminas y de algún hombre. No sólo por eso, qué va, sino porque en cuanto la compañía pidió las primeras palmas al público para marcar el compás, la fiesta se desató. Porque las palmas son la antesala del movimiento, son como el beso: por ahí se empieza. Y en cuanto los presentes pillaron el compás de la rumba, sólo les hizo falta minuto y medio, un golpe de melena de Aina y un guiño de Juli para ponerse a mover el cuerpo entero. Agitar la carne es adictivo por un motivo muy simple: cuando uno se concentra en ella, se olvida de lo demás. Sentir el vaivén del propio cuerpo espanta a la realidad, a la que no me negarán, está muy bien aparcar un rato de vez en cuando.
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