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Solo se permite una pieza de equipaje de mano, no puede exceder de seis kilos, debe adecuarse a las medidas determinadas por la compañía y por cada bulto extra que se facture hay que pagar. Esta es la política de facturación de las compañías aéreas de bajo coste. En la pasarela que conecta el aeropuerto con la puerta de embarque al avión la gente no se mira entre sí, sino que están pendientes de los bultos con ruedas que arrastran. La preocupación es siempre la misma: entrar rápido, poder colocar la maleta en un compartimiento no muy alejado, sentarse para no tener que vivir la coreografía que acompaña la búsqueda del asiento, encajar el cuerpo en el espacio mínimo previsto y olvidarse de todo hasta que la cosa se ponga en marcha de una vez. La ceremonia de desembarque es parecida, todos salen con prisa o con el anhelo de estar ya por fin en esa ciudad de la que tanto se habla, Barcelona, y poder vivir en primera persona el sol, las tapas, las tiendas, las playas… En definitiva, la ciudad.
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