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Sin embargo, al contrario que en el cuento de Cortázar, esas fuerzas que llegan a Europa, y que amenazan el horizonte de tranquilidad, son identificables, perceptibles a la luz del día. Son los espectros que deambulan en los telediarios, en las crónicas políticas, en la literatura, el arte y el pensamiento de, al menos, las dos últimas décadas. Son las políticas neoliberales de austeridad y precarización, en una deriva depredadora tras la “operación crisis” que ha acompañado la extensión del totalitarismo económico. Es el control securitario internacional que se alza en contra de las migraciones; el blindaje inmunitario de Europa ante una contracara violenta en forma de guerras y terrorismos, que ha desvelado el sustrato racista y colonial del “viejo continente”. Es, también, la expulsión de familias y poblaciones enteras de sus territorios a causa de catástrofes ecológicas, de la construcción de nuevas infraestructuras o del impulso masivo de flujos turísticos y procesos de reconversión económica. Todas estas fuerzas se adueñan del territorio para re-producirlo y rentabilizarlo, o destruirlo. El desplazamiento, el desalojo, la expulsión, la reubicación y por lo tanto la búsqueda de refugio se vuelven inminentes ante la evidencia de que tenemos la casa –la Europa en la que era posible proyectar una experiencia política supranacional– “tomada”.
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