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Durante la década de los 80 y buena parte de los 90, Europa inyectó billones de dólares en el sector agropecuario a fondo perdido. Así se consiguió el milagro de los panes y los peces, por los que estos productos siempre eran más baratos que los procedentes de partes del mundo donde el costo del trigo –o de la actividad pesquera– eran muchos más bajos, pero, por esas cosas de la vida, nunca llegaban a nuestros supermercados. ¿Nunca les ha llamado la atención las pocas cosas que se venden en nuestros países de los países del Tercer Mundo? ¿No hay vacas, cerdos y otras actividades agropecuarias en esas regiones? ¿No saben convertirlos en productos para ser vendidos en el mercado mundial? ¿Tienen que consumirlos “in situ” porque si no todo se echa a perder? Desde luego, estas son preguntas retóricas, porque las respuestas tienen que ver con el control de las puertas del comercio internacional. Los subsidios se encargan del resto.
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