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La pobreza conlleva profundas implicaciones morales. En el campo de la demografía, muchos habían considerado el crecimiento de la población como causa de pobreza. Ello ha conducido a muchos países e instituciones internacionales a limitar la natalidad incluso con métodos que atentan contra la dignidad de la mujer, el derecho de los cónyuges a decidir responsablemente el número de hijos, e incluso la eliminación de la vida humana naciente. Hoy en día, a la luz de los datos socioeconómicos de países emergentes, es posible reafirmar que la población, lejos de ser considerada como una amenaza para el desarrollo, se confirma verdaderamente como una riqueza indispensable para el progreso de los pueblos. Otros aspectos que debemos poner de relieve es la necesaria lucha con las enfermedades pandémicas con métodos acordes a la dignidad de la persona, la atención a la actual crisis alimentaria que pone en peligro las necesidades básicas de alimentación de la población, y la atención a la preocupante magnitud global del gasto militar, que se sustrae a los proyectos de desarrollo de los pueblos, principalmente los más pobres. En este sentido, el Santo Padre afirma que “los Estados están llamados a una seria reflexión sobre los motivos más profundos de los conflictos, a menudo avivados por la injusticia, y a afrontarlos con una valiente autocrítica”. También es preciso señalar que uno de los aspectos más hirientes de la pobreza es que afecta principalmente a las víctimas más vulnerables como son los niños. Así, casi la mitad de quienes viven en la pobreza absoluta son niños. Esta escandalosa realidad no puede dejarnos impasibles sino implicarnos en buscar los medios adecuados y eficaces para su erradicación.
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