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Son, como digo, mapas a los que nadie querría mirar pero a los que, sin embargo, muchas y muchos están condenados. Hay mapas más dignos de admirar, que nos invitan a mirar a otros conflictos armados resueltos o en vías de resolución, y desde Irlanda hasta Colombia, nos muestran que gestionar la situación de las personas presas es imprescindible para construir un futuro en paz y normalización política. Porque quizá la más fundamental premisa para avanzar en un proceso que permita reconocimiento, verdad y justicia, así como derechos para todas las personas, es dejar de generar víctimas. Porque no hay otra forma de considerar a todas las personas heridas en los seis accidentes de tráfico que han sufrido personas allegadas a presas y presos en lo que llevamos de año, y no hace ni dos semanas del último. Son víctimas las 16 personas que han fallecido en la carretera en los años, casi tres décadas, en los que la dispersión ha castigado doblemente. Son víctimas quienes sufren graves enfermedades como Ibon Iparragirre y agonizan en la celda contraviniendo sus captores la legislación vigente. Y son víctimas, totalmente inocentes, las y los 113 menores entre 0 y 18 años que tienen a alguno de sus progenitores en prisiones distantes, lo cual les hacen recorrer 500, 800 y hasta 1.000 kilómetros para poder estar junto a sus madres o padres presos.
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