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La operación siguiente consistía en extender el barro en el suelo, en cantidad como para poder trabajar tres días en el torno, formando una capa de unos 15 cm. de espesor. A este barro, así extendido, se le rociaba con un poco de agua, dejándolo así durante un cierto tiempo. Luego, colocado sobre una mesa de madera («sobadera»), era golpeado fuertemente con una barra de hierro. Esta operación vino a sustituir a la de pisar el barro que en otros tiempos era lo habitual. Después de golpeado el barro, aún era «sobado», amasado, como si de la masa de pan se tratara, hasta dejarlo listo, con la elasticidad idónea para ser torneado. Cortado en pedazos («pellas»), de acuerdo con las vasijas a realizar, se procedía al torneado.
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