|
Imaginaba, en fin, un silencio casi permanente, una respiración contenida, una oscuridad sensata a plena luz del día. Pero no, Sudáfrica sigue. En Soweto las mujeres salen a vender su fruta; en Sandton pasean los ejecutivos sus maletas bajo la estatua gigante de Madiba en la Nelson Mandela Square sin ni siquiera girar la mirada; en Parkhurst los pequeños restaurantes están llenos de clase media que charla sobre sus monótonas vidas. Y mientras, yo, un periodista español que vine a contar como muere Dios, en un impasse de no hacer nada tras el almuerzo, me acerco a un Zara que he descubierto a ver si hay algún jersey que me tape la garganta. La vida sigue aunque Dios se vaya.
|