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Por último, la parte final de la exposición, Ludosofías críticas, acoge una muestra de obras recientes que configuran su mensaje desde la herramienta del juego. En el escenario de lo contemporáneo, el juego adquiere una nueva dimensión y la diversión, el disfrute o la banalidad dejan paso al análisis y a la crítica. En algunos casos como los Soldats soldes, de Antoní Miralda, o el Lego Concentration Camp, de Zbigniew Libera, los pequeños muñequitos de plástico se transforman en la memoria histórica de los atroces conflictos bélicos. En otros casos, como en la obra de Ángel Mateo Charris, sus coloristas composiciones nos acercan al mundo de la política y el abuso de poder. Crítica que también recoge Joan Fontcuberta en su serie Googglegramas, donde juega con internet para hablar de temas tan actuales como el terrorismo. Pero si un rasgo caracteriza a la sociedad contemporánea es la pérdida de valores e identidades personales. Y es en este terreno donde la utilización del juego adquiere una especial trascendencia, ya que el espectador reflexiona con mayor profundidad ante la obra que le permite interactuar. Juan Luís Moraza, Eugenio Ampudia, Rafael Bianchi y Diego del Pozo son autores que invitan “a jugar”. Trabajos que certifican el nuevo papel del espectador contemporáneo en el arte, que pasa de mero observador a co-jugador de la partida. Ya lo escribió Jorge Oteiza: la vida es igual al juego.
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