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Estas consideraciones anteriores seguramente sirvan para sintetizar con trazo grueso su contribución a las ciencias sociales de nuestro país. Para sus numerosísimos discípulos fue mucho más que eso. No es fácil dar con un término cuya semántica pueda acoger lo que todos le debemos. Fue maestro y amigo, iniciador académico y cómplice atento de nuestra torpe evolución en sus campos del saber. Pero, sobre todo, ejemplo. Nadie podía ser insensible a su talante de rectitud y bonhomía, a su entusiasmo por la lectura y el conocimiento de la realidad social, a su insaciable curiosidad intelectual. Era bien conocido su sano escepticismo y distanciamiento irónico respecto de lo más inmediato, de la moda del momento. Aunque siempre supo tolerar y tomarse con interés nuestras reiteradas extravagancias y divagaciones. Y siempre estaba ahí cuando lo necesitábamos, dándonos consejo y cariño. Si la mayor garantía de supervivencia es el recuerdo de las personas que dejamos atrás, el maestro seguirá viviendo mientras todos sigamos aquí.
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