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Honorable batlle, el que jo sé sobre el que m’interrogueu és que, el mestre Germà Oriol, d’aquesta vila, em llogà a mi i a Na Blanca per eixarcolar un camp de blat. El matí que hi havíem d’anar, vàrem anar la dita Blanca i jo, i, anant pel camí, jo davant, tinc la presumpció que ella, la dita Blanca, amb les seves arts diabòliques, em va posar alguna cosa al cos, perquè de sobte em vaig trobar que tot el cos em feia moltíssim mal, especialment el cor, que em semblava que estava enverinada, quan abans estava molt bona.
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Señor procurador, lo que yo sé sobre lo que me decís es que yo tenía una niña de dieciséis o diecisiete meses, más o menos, que ya andaba, y siempre la señora Blanca la llamaba y la tomaba, y cada día venía a casa tres o cuatro veces y se quedaba casi medio día. Y un sábado, estando la niña muy bien, se comió un plato de sopas caliente y después de dárselas, al cabo de una hora le cambié los pañales y la acosté en la cama, estando muy buena y sana. Y al llegar la medianoche, pienso que podría ser entre las doce y la una, se despertó la niña con un enorme grito y llanto, llamándome mi marido: “¡señora de la casa, despierta!”. Según dice, no me podía despertar. Y cuando me desperté me la encontré toda desgarrada y magullada, que me parecía que estaba rota por la espalda, y le dije: ¡No!. Y así me levanté como pude, y cogí a la niña para darle el pecho, porque todavía mamaba, y la niña nunca pudo tomar el pecho, sino que gritaba y gritaba. Y hacia el amanecer la niña se durmió, y yo me levanté, fui abajo y abrí la puerta, y una vez abierta se despertó la niña y yo la tomé y la puse en la cuna para cambiarla. Entonces Blanca vino a buscar fuego y me dijo al entrar: “¿Qué hace vuestra niña, cómo se encuentra?” Y yo le dije qué haría, estando muy asustada, al decir aquellas palabras, no habiendo salido a aquellas horas nadie de casa. Y entonces ella entró a buscar fuego y se estuvo un buen rato antes de irse. Y estando ella [mirando] por la ventana, quise ver qué hacía, y así la vi, que estaba agachada alrededor del fuego, removiendo las brasas con su bastón, y después se fue diciendo: “¡Adiós!”. Y yo le dije: “Id en buena hora”. Y desde entonces nunca más ha entrado en mi casa, ni se atrevió a hablar con mi niña, que por doce o trece días le duró la enfermedad, con ahogos, toda la vecindad venía a mi casa a ver a la niña, y ella nunca se atrevió a entrar, sino que un domingo que le vino un ahogo, que todo el vecindario vino a mi casa, dicha Blanca, estando sentada delante de mi casa, en la casa del ladrillero, se encerró en su casa, por lo que me sorprendí mucho de que, después de haberse hecho ella tan amiga mía, no hablara ni viniera a ver a la niña. Y antes de que la niña muriera le encontramos todas las partes azules. Y entonces aquella noche le vinieron los gritos, soltando sangre por la boca y otras partes. Y cuando mi niña hubo muerto, tuvimos discusiones en la calle las dos, diciéndome ella: “tú dices que te he matado la niña”. Y yo le dije: “Ya lo sab
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