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Wenn man die damalige Zeit einmal hundert Jahre vorspult, ist man schon bei den nächsten Inselbewohnern angekommen: dem Volk der Karthager, die ursprünglich nicht aus West-Asien, sondern aus Nordafrika stammten. Sie fielen in mehreren Eroberungswellen auf dem Eiland ein, wobei sie Dalt Vila wieder aufgaben, um in andere Gebiete Ibizas einzudringen (z.B. Cala d’Hort).
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Adelantamos cien años de un plumazo y nos encontramos de repente con los siguientes habitantes de la isla, los cartagineses, que no proceden del oeste de Asia sino del norte de África. Irrumpen en diversas oleadas, abandonan Dalt Vila e invaden el resto de Eivissa (la zona de Cala d’Hort, por ejemplo). Sin embargo, pese a los cambios demográficos, el Puig des Molins continúa siendo el lugar idóneo para efectuar ritos funerarios. Pero los nuevos ocupantes ya no incineran. Prefieren otro método, más ecológico, la inhumación en fosas. Los modernizados hipogeos rezuman olor a incienso y ocre. Quizás nos hallemos frente a un devoto de Tanit (o, mejor dicho, Tinit), la diosa de la fertilidad. En los sarcófagos, tallados con bloques de ‘marès’, se introducen conchas, terracotas (normalmente femeninas), figuras de delfines (que traen suerte a los navegantes), anillos, joyas y amuletos de Bes, el dios bonachón, que agradecen la misteriosa falta de serpientes y animales ponzoñosos. Algo difícil de asimilar por los púnicos. En los panteones hereditarios también se meten jarras de vino, huevos de avestruz (lujoso signo de regeneración), ánforas para guardar comida y lucernas, símbolos de la luz, de la claridad. La pintura roja imita la sangre y, por ello, la vida. Los veladores, los asistentes, serán purificados con agua bendita.
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