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Pensaba en ese vigor de la ciudad mientras almorzábamos en la brasserie Pakhuis, un antiguo almacén reconvertido en restaurante, con la premura de quien sabe que debe subirse a un tren dentro de un par de horas sin siquiera dar a Gante la oportunidad de lucir sus galas nocturnas.
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Pensaba en ese vigor de la ciudad mientras almorzábamos en la brasserie Pakhuis, un antiguo almacén reconvertido en restaurante, con la premura de quien sabe que debe subirse a un tren dentro de un par de horas sin siquiera dar a Gante la oportunidad de lucir sus galas nocturnas. Había que evitarlo, dándole la espalda una vez más a los cartesianos planes de viaje precocinados desde la distancia. Y así fue. Una hora después estábamos paseando entre enormes sauces amarillentos por Sint-Antoniuskaai, a orillas del Lys, aliviados por la decisión de retrasar la subida a ese tren que, como casi todos, siempre puede esperar. Gante ya había dejado huella en nosotros. A la ciudad el invierno le sienta muy bien. En la catedral de San Bavón no había que agolparse para admirar el que quizá sea el políptico más famoso de la historia, el retablo encargado por el alcalde Joos Vijde a Hubert van Eyck para engalanar su capilla funeraria (donde hoy, en desagravio, luce una réplica fotográfica).
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Pensaba en ese vigor de la ciudad mientras almorzábamos en la brasserie Pakhuis, un antiguo almacén reconvertido en restaurante, con la premura de quien sabe que debe subirse a un tren dentro de un par de horas sin siquiera dar a Gante la oportunidad de lucir sus galas nocturnas. Había que evitarlo, dándole la espalda una vez más a los cartesianos planes de viaje precocinados desde la distancia. E assim foi. Una hora después estábamos paseando entre enormes sauces amarillentos por Sint-Antoniuskaai, a orillas del Lys, aliviados por la decisión de retrasar la subida a ese tren que, como quase todos, siempre puede esperar. Gante ya había dejado huella en nosotros. A la ciudad el invierno le sienta muy bien. No catedral de San Bavón no había que agolparse para admirar el que quizá sea el políptico más famoso de la historia, el retablo encargado por el alcalde Joos Vijde a Hubert van Eyck para engalanar su capilla funeraria (donde hoy, en desagravio, luce una réplica fotográfica).
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Pensaba en ese vigor de la ciudad mientras almorzábamos en la brasserie Pakhuis, un antiguo almacén reconvertido en restaurante, con la premura de quien sabe que debe subirse a un tren dentro de un par de horas sin siquiera dar a Gante la oportunidad de lucir sus galas nocturnas. Había que evitarlo, dándole la espalda una vez más a los cartesianos planes de viaje precocinados desde la distancia. そしてそれはあった. Una hora después estábamos paseando entre enormes sauces amarillentos por Sint-Antoniuskaai, a orillas del Lys, aliviados por la decisión de retrasar la subida a ese tren que, など、ほぼすべての, siempre puede esperar. Gante ya había dejado huella en nosotros. A la ciudad el invierno le sienta muy bien. で catedral de San Bavón no había que agolparse para admirar el que quizá sea el políptico más famoso de la historia, el retablo encargado por el alcalde Joos Vijde a Hubert van Eyck para engalanar su capilla funeraria (donde hoy, en desagravio, luce una réplica fotográfica).
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Pensaba en ese vigor de la ciudad mientras almorzábamos en la brasserie Pakhuis, un antiguo almacén reconvertido en restaurante, con la premura de quien sabe que debe subirse a un tren dentro de un par de horas sin siquiera dar a Gante la oportunidad de lucir sus galas nocturnas. Había que evitarlo, dándole la espalda una vez más a los cartesianos planes de viaje precocinados desde la distancia. I així va ser. Una hora después estábamos paseando entre enormes sauces amarillentos por Sint-Antoniuskaai, a orillas del Lys, aliviados por la decisión de retrasar la subida a ese tren que, com gairebé tots, siempre puede esperar. Gante ya había dejado huella en nosotros. A la ciudad el invierno le sienta muy bien. A la catedral de San Bavón no había que agolparse para admirar el que quizá sea el políptico más famoso de la historia, el retablo encargado por el alcalde Joos Vijde a Hubert van Eyck para engalanar su capilla funeraria (donde hoy, en desagravio, luce una réplica fotográfica).
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Pensaba en ese vigor de la ciudad mientras almorzábamos en la brasserie Pakhuis, un antiguo almacén reconvertido en restaurante, con la premura de quien sabe que debe subirse a un tren dentro de un par de horas sin siquiera dar a Gante la oportunidad de lucir sus galas nocturnas. Había que evitarlo, dándole la espalda una vez más a los cartesianos planes de viaje precocinados desde la distancia. I tako je bilo. Una hora después estábamos paseando entre enormes sauces amarillentos por Sint-Antoniuskaai, a orillas del Lys, aliviados por la decisión de retrasar la subida a ese tren que, Kao i gotovo sve, siempre puede esperar. Gante ya había dejado huella en nosotros. A la ciudad el invierno le sienta muy bien. U catedral de San Bavón no había que agolparse para admirar el que quizá sea el políptico más famoso de la historia, el retablo encargado por el alcalde Joos Vijde a Hubert van Eyck para engalanar su capilla funeraria (donde hoy, en desagravio, luce una réplica fotográfica).
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Pensaba en ese vigor de la ciudad mientras almorzábamos en la brasserie Pakhuis, un antiguo almacén reconvertido en restaurante, con la premura de quien sabe que debe subirse a un tren dentro de un par de horas sin siquiera dar a Gante la oportunidad de lucir sus galas nocturnas. Había que evitarlo, dándole la espalda una vez más a los cartesianos planes de viaje precocinados desde la distancia. И так было. Una hora después estábamos paseando entre enormes sauces amarillentos por Sint-Antoniuskaai, a orillas del Lys, aliviados por la decisión de retrasar la subida a ese tren que, так как почти все, siempre puede esperar. Gante ya había dejado huella en nosotros. A la ciudad el invierno le sienta muy bien. В catedral de San Bavón no había que agolparse para admirar el que quizá sea el políptico más famoso de la historia, el retablo encargado por el alcalde Joos Vijde a Hubert van Eyck para engalanar su capilla funeraria (donde hoy, en desagravio, luce una réplica fotográfica).
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Pensaba en ese vigor de la ciudad mientras almorzábamos en la brasserie Pakhuis, un antiguo almacén reconvertido en restaurante, con la premura de quien sabe que debe subirse a un tren dentro de un par de horas sin siquiera dar a Gante la oportunidad de lucir sus galas nocturnas. Había que evitarlo, dándole la espalda una vez más a los cartesianos planes de viaje precocinados desde la distancia. Eta horrela izan zen. Una hora después estábamos paseando entre enormes sauces amarillentos por Sint-Antoniuskaai, a orillas del Lys, aliviados por la decisión de retrasar la subida a ese tren que, ia guztiak, siempre puede esperar. Gante ya había dejado huella en nosotros. A la ciudad el invierno le sienta muy bien. En catedral de San Bavón no había que agolparse para admirar el que quizá sea el políptico más famoso de la historia, el retablo encargado por el alcalde Joos Vijde a Hubert van Eyck para engalanar su capilla funeraria (donde hoy, en desagravio, luce una réplica fotográfica).
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