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3. El la última tarde cuando casi me había consolado al escribir en la pared It should be public (debería hacerse público) unas declaraciones, al exponer todo lo que estaba pensando y al discutir con los demás participantes cuestiones dolorosas para mí, me vi en una cena oficial de cierre (Closing Dinner). Al principio no pensaba ir allí, pero resultó que mi vuelta se había atrasado y empezaba a hacer frío en el parque. Mi primer asombro tuvo lugar ya a la entrada, cuando vi que los organizadores habían reservado sólamente unas 30 plazas, y eso que había unos 300 participantes. Como fui una de las primeras en llegar, también fui una de los "elegidos". Después de una cena muy elegante donde se sirvió pasta -que no como para nada-, pero era lo único que había para los pobres vegetarianos, me llamó la atención una rara pulsera de plástico en la muñeca de mi interlocutor, un simpático chico de Londres. El chico se cortó y dijo: “¿Tú no tienes una así? Los organizadores dijeron que si a uno le daban esto, no hace falta pagar la cena”. Al mismo tiempo, entre los comensales empezó cierto movimiento, ya que estaba llegando la hora de pagar y los más espabilados fueron donde estaban los organizadores a por las pulseras. Todo en mi interior se dió vuelta y me llenó una rabia blanca. No es que no tenía dinero para pagar aquella cena no planeada con comida que no había pedido, sino que lo que estaba pasando, sin duda alguna, lo catalogaba como “mal”. Como en la infancia, cuando infaliblemente, uno puede distinguir lo que está bien y lo que está mal, no podía seguir convenciéndome de que a fin de cuentas era un evento bueno, tanta gente y tantas revistas, Luxemburgo soleado, ilusiones y esperanzas. Quería creer que eran erróneas mis opiniones y mis calificaciónes de Colophon. Estaba hablando con gente, iba dócilmente a presentaciones, dejé la idea de hacer un incendio y trataba de ser buena. Casi llegué a creer que me estaba equivocando cuando pasó una cosa así. Cuando una persona que habían enviado a por las pulseras volvió con una, le dije:” ¿Puedes pedir una para mí y para esta chica y para esta otra?” No sabíamos que la cena era para unos pocos”. Todo el mundo se quedó callado, el enviado se quitó su propia pulsera y la tiró a la mesa. Todo el mundo se sintió incómodo. No podía quedarme callada, ya que mi elevado sentido de justicia exigía, por lo menos, expresarse de forma abierta. Mi intervención fue breve y sin rodeos, en contra de la discriminación, el racismo
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