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La romana Astúrica Augusta fue una ciudad relevante en su época, pues se ubicó en una zona estratégica, encrucijada de caminos y poderes. Por sus calles pasaron seis vías romanas (incluida la Ruta de la Plata, que comunicaba con Mérida y Andalucía) y dos ramales del Camino de Santiago, un camino de peregrinación e intereses comerciales y políticos. Ya desde la Edad Media Astorga fue sede episcopal, tradición que se prolongó hasta el siglo XIX. En 1886 se incendió el Palacio Episcopal, el cual hizo las funciones desde 1120, cuando la reina Doña Urraca donó el edificio al que era obispo en la época, Don Pelayo. Después del incendio, el entonces obispo Joan Baptista Grau i Vallespinós tuvo que alzarlo de nuevo y para ello recurrió a su paisano y amigo, el arquitecto de Reus Antoni Gaudí. En 1887 empezaron las obras intermitentes de las que este se desvinculó en 1893. Se introdujeron modificaciones respecto al diseño original, sobre todo en las cubiertas. Las intervenciones de Gaudí en el norte de España (Comillas, León) corresponden a una época en que optó por un lenguaje ecléctico e historicista, pero en la cual afloran ya determinadas soluciones innovadoras y que se comprenden a partir del influjo del Modernismo. El Palacio Episcopal adoptó forma de castillo con aires neomedievales, acordes con la catedral gótica contigua y las cercanas murallas que rodean la parte alta de la villa. Contrasta con las fachadas austeras la portada principal, cuyos juegos de volúmenes y el tratamiento de los arcos le costaron ciertas reticencias de la Iglesia, no acostumbrada a actuaciones originales. En el interior, las artes decorativas ya revelan un entusiasmo por el imaginario naturalista y las líneas orgánicas.
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